15 diciembre, 2014

Yo me ofrezco...

Cuando en una familia no hay control y cada uno de sus miembros hace lo que mejor le parezca sin la orientación de sus guías, entonces todo conduce a un peligroso desorden.

De igual modo, esas conductas que se tienen dentro del hogar van colándose a lo externo de esos núcleos, a la sociedad.  Si el libertinaje no encuentra prontamente muros de contención que procuren un cese a esas acciones, entonces también corre el riesgo de corroer el entorno, de modificar para mal los comportamientos y costumbres hasta continuar expandiéndose y afectar no solo a una ciudad en específico, sino a todo el país y en consecuencia a sus ciudadanos.  

Santo Domingo, mi querida ciudad en la que resido y he vivido la mayor parte de mi vida, durante estos últimos años ha incrementado significativamente su número de “dueños”. Me parece un territorio así, con ¡demasiados dueños! Invasores de todo tipo de terrenos, usurpadores que se auto reparten las vías y los espacios públicos como un sorteo cuyo único requisito es el: "el que llegue primero".

Nuestra pequeña urbe también cuenta lastimosamente con personas muy afanosas por hacer cumplir sus derechos, pero no se esmeran en corresponder de igual manera a sus responsabilidades, ni el de respetar los derechos de los demás. No gustan de poner en práctica el cumplimiento de las leyes, ni aun en las más cotidianas como son las de tránsito y civismo.

Sin la intención de generalizar, a mi ciudad le sobran entes dañinos que retraen el progreso y ponen de reversa la civilización que la misma debería merecer a estas alturas, poco más de medio siglo  

Aparentemente, todo radica en que la prioridad particular y del momento, absorbe y gana terreno sobre bienestar común.

Esto no significa que los "malos" no tengan contra parte.  En todas las historietas existen héroes y villanos, pero los infamen y sus infamias son ruidosos, y la notoriedad de sus hechos no vacila en esperar,  pues su proceder desluce todo y por desgracia encuentra mayor exposición que las de los bondadosos y correctos.

Ojalá cada uno de nosotros ciudadanos y autoridades, tomáramos la decisión de mejorar, de colaborar con la parte que nos corresponde en pro del cumplimiento de las normas, las leyes, el orden, la limpieza, el respeto y la paz, por el bien nuestro y del país.

No podemos delegar en otros nuestros propios compromisos como ciudadanos, como padres, como tutores,  ni responsabilizar solo al estado, sino que juntos, desde dónde estemos, trabajemos en armonía, apegados a nuestras convicciones sociales y a corregir a nuestros hijos enérgicamente, pero con inteligencia.  

Por otro lado, si es necesario (que lo es) deberíamos ofrecernos con humildad a educar y fortalecer la civilidad de la que muchos carecen y que quizás no tuvieron la oportunidad de aprender ni en la escuela ni en el hogar. También ser enfáticos e inflexibles al exigir buenos modales a los que llegan.

No es tarde para ir al frente y sujetar el timón con firmeza hacia un consensuado y definido horizonte.

Estamos a tiempo de enmendar lo dañado, sembrar cambios y procurar para el país un futuro más optimista. De lo contrario, el monstruo creciente de lo intolerable y lo inaguantable acampará en nuestra cuna y cobrará con creces el habernos cruzado de brazos esperando a que otros cambiaran.



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